Viaje al final de la noche (ABC)

06 de marzo de 2010
DOS AÑOS DESPUÉS de la publicación de su obra más conocida, que sirve de base a la novela gráfica Stitches, de David Small (Mondadori, 2010), Carroll visita Rusia. En su cuaderno quedan reflejados el paisaje, las ciudades, los museos y la gastronomía.
DIARIO DE UN VIAJE A RUSIALEWIS CARROLL
PRÓLOGO DE XAVIER LABORDA
TRADUCCIÓN DE MARÍA EUGENIA FRUTOS Y XAVIER LABORDA
NOCTURNA EDICIONES. MADRID, 2009
116 PÁGINAS. 15 EUROS

JORGE CARRIÓN
No hay dos libros más diferentes que Diario de un viaje a Rusia y Stitches. El primero es un dietario del único viaje que Dogson/Carroll realizó por el extranjero, en 1867, en diligencias y trenes. El segundo es una novela gráfica de David Small («Reservoir Books», Mondadori) sobre los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX. El primero explora la exterioridad: la gastronomía, los museos, las iglesias, los medios de transporte, el paisaje, las ciudades. El segundo interroga la propia interioridad: las pesadillas, la enfermedad, la percepción del otro, la voz, el odio, la salvación posible. Sin embargo, hay un hilo que une ambas obras: Alicia en el País de las Maravillas.

El viaje de Carroll tuvo lugar tan sólo dos años después de la publicación de su obra más conocida. No hay en su diario de viaje ningún rastro de los juegos lógicos ni del sentido de lo maravilloso que encontramos en la novela, pero sí recorre el libro -como recorrió su vida- el interés por la infancia. La lectura de Diario hace patente que los niños apenas están presentes en la literatura de viajes; en cambio, lo está, y mucho, en este cuaderno. La mirada del autor observa los grupos humanos y separa de ellos a las «criaturas». Es sabido que la gran pasión de Carroll era la fotografía. No es de extrañar que dibuje a varios niños durante su viaje, porque no es posible fotografiarlos. El flâneur, que disfruta de las salas del Hermitage y recorre en compañía de su amigo las ciudades rusas hechas a escala «de gigantes», descubre en su «vagar» una «preciosa fotografía de una criatura» y la compra. Viaje, coleccionismo y obsesión: un caso digno de Walter Benjamin.

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