Élisabeth Gille cuenta la historia de su madre, la genial novelista Irène Némirovsky (EsRadio)

25 de noviembre de 2015

(ANDRÉS AMORÓS) Como muchísimos lectores franceses y españoles, siento verdadera debilidad por Irène Némirovsky: para mí, la gran revelación de la novela europea en los últimos años. Su Suite francesa es, sin duda, una obra maestra. Se acaba ahora de traducir la novela de su hija, Élisabeth Gille, Un paisaje de cenizas (Nocturna), de fuerte contenido autobiográfico, que también ha obtenido gran éxito en Francia.

Recuerdo los datos: Irene y su marido, los dos judíos, de sólida posición económica, huyeron del París ocupado por los alemanes con sus dos hijas, Denise y Élisabeth. En 1942, los padres fueron deportados a Auschwitz: ella murió de tifus, pocos meses después; él, en las cámaras de gas. Las dos niñas sobrevivieron, escondidas en la región de Burdeos; su padre les había confiado un cuaderno con las iniciales "I.N.": sesenta años después, se publicaría como la Suite francesa.

Elisabeth tenía entonces cinco años. Las dos hermanitas olvieron al París liberado: acudían todos los días a la Estación del Este, a donde llegaban los supervivientes de los campos de concentración, mostrando un cartel con el nombre de sus padres, pero ellos nunca regresaron. Élisabeth se dedicó a la literatura, como traductora y editora. Publicó El Mirador, unas "memorias soñadas" de su madre, a la que apenas había conocido, y, poco antes de morir, en 1996, Un paisaje de cenizas, premiada por las lectoras de la revista ELLE.

La novela sigue fielmente, en su parte primera, lo mismo que vivió la hija de Irène. A Léa, que tiene cinco años y es hija de unos judíos rusos, la esconden, en 1942, en un internado religioso de Burdeos. Es una niña precoz, inteligente, inconformista, que sufre con la sordidez de ese ambiente. Sólo la consuela la amistad de Bénédicte, dos años mayor que ella, que se convierte en su protectora. Sufre en el internado y al ser acogida por los padres de su amiga. Es incapaz de aceptar su realidad, decide que no es judía.

Cuando las dos amigas, en 1956, ya en la veintena, van a estudiar a París, descubren un nuevo mundo intelectual: Sartre, Richard Wright, Georges Brassens, Jankelévich... Pero –usando un verso de Miguel Hernández– "su corazón no puede con la carga"... De ahí el título de la novela:

    En el fondo, esa niña no sabía nada de sí misma, nada de sus orígenes ni de su identidad. No era más que una tierra quemada, un paisaje de cenizas, circunscrito a las fronteras huidizas de una forma humana por la fuerza magnética de ese imán que para ella representaba Bénédicte (p. 192).

El judío húngaro Elie Wiesel, superviviente de los campos de concentración, Premio Nobel de la Paz en 1986 por su incansable denuncia del Holocausto, ha escrito que esta novela de Élisabeth Giele "conmueve no sólo por la historia de la pequeña protagonista sino también por la sobria delicadeza con que está narrada". Creo que tiene razón. Su gran fuerza, por supuesto, es que sabemos que casi todo lo que cuenta, con buen estilo literario –algo retórico, en ocasiones- responde a una realidad profundamente trágica: eso es lo que vivieron unas niñas inocentes, sólo por ser judías. Conviene no olvidarlo.

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