La novela "Pasolini o la noche de las luciérnagas", de José María García López, recrea la vida y muerte del cineasta italiano (El Correo)

24 de noviembre de 2015

(ELENA SIERRA) Si se revisa la hemeroteca, todo lo que se cuenta del asesinato del escritor y cineasta Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922) es, se lea como se lea, sea la versión que sea, horrible. Ahora que está a punto de cumplirse el 40º aniversario del hecho –ocurrió en la madrugada del 1 al 2 de noviembre de 1975–, cambian las versiones y los posibles motivos, pero la brutalidad del asesinato sigue siendo la misma.

Según la autopsia, Pasolini recibió una paliza salvaje que lo destrozó, y después fue atropellado con su propio coche, con lo que quedó completamente irreconocible, hasta el punto de que quien lo encontró por la mañana pensó que aquello era un montón de basura y no lo que hasta horas antes había sido una persona y, para más señas, uno de los intelectuales más valientes y con más enemigos de su generación.

«Sórdido». Esa es la palabra que utiliza el escritor José María García López para referirse al asesinato. No solo por el lugar, la hora, los golpes, sino por todo lo que se contó después. «Sistemáticamente se ha utilizado ese momento para etiquetar de sórdido el asesinato y de sórdida la vida de Pasolini», afirma el autor de Pasolini o la noche de las luciérnagas, una novela publicada por Nocturna Ediciones que recorre la vida y muerte del italiano. En su día, y durante años, todo quedó reducido a un "problema" de los bajos fondos, de chaperos y desviaciones sexuales, porque la homosexualidad de Pasolini se convirtió en la excusa del crimen y por lo tanto del olvido. Siendo sórdido el asesinato, poco más había que decir, y nada había que aclarar.

Pero desde el mismo momento del asesinato, muchas voces creyeron que tras éste había mucho más. Lo siguen creyendo. Pasolini era un ser incómodo, mucho, para los políticos de su época y también para los grandes industriales. «Lo único que es seguro es que la verdad oficial, la del asesino único, el adolescente Pino Pelosi, no es la verdad», dice García López. El joven fue puesto en libertad condicional en 1983. En las siguiente dos décadas entró y salió de la prisión por diversos delitos. Y cada cierto tiempo, da una nueva versión de aquella noche. Lo que sí parece es que todo apunta a que hubo más personas implicadas y, también, a que la posibilidad de que fuera un asesinato político no es descabellada, hasta el punto de que de vez en cuando se pide una reapertura de la causa.

El escritor y cineasta era un problema «para la CIA, para las mafias, para los grandes industriales y para la Democracia Cristiana», a la que había sacado los colores. También para los comunistas, ideología con la que se identificaba sin identificarse con los miembros del partido, y hasta para el mundo del cine. «Era incómodo para mucha gente». Su última afrenta, que en realidad se hizo pública hasta hace solo unos años, fue el libro Petróleo, en el que desvelaba la lucha de poder entre Enrico Mattei (presidente de Eni) y Eugenio Cefis (presidente de Montedison), dos empresas que controlaban sector petroquímico italiano.

«Buenísima persona»
Pero además de sordidez y incomodidad, o más bien por encima de la versión oficial, la vida y la obra de Pasolini hablan de «una persona generosa, transparente, encantadora, una buenísima persona en palabras de todos los que lo conocieron. Un hombre que desconfiaba de la cultura oficial y del consumismo, que hablaba de degradación antropológica en una época en la que aun no se había visto más que el comienzo de todo esto», sostiene García López. Él, como muchos otros –y como los dos investigadores que siguen las huellas de Pasolini en la novela–, está deslumbrado por la figura del intelectual italiano desde hace mucho tiempo. «Como muchos de mi generación (1945), comencé por su cine, que era primitivo, desmañado, infrecuente en nuestro entorno personal. Luego descubrí sus escritos y volvió a deslumbrarme».

En su trayectoria personal y profesional, todo era investigación en el lenguaje y denuncia de la realidad. Todo era propio y singular. Aunque empezó con la escritura, y así se dio a conocer con poemas y novelas que recogían los dialectos y las jergas de su entorno –reflejando una realidad que hasta entonces había sido muy poco retratada por las artes–, pronto ese medio de expresión se le quedó corto y se lanzó al cine, que en la Roma de la época era el espacio en el que ocurría todo, el gran hervidero de ideas y el lugar en el que confluían los intelectuales; para Pasolini, además, «el cine era el lenguaje escrito de la realidad, según sus propias palabras ». En la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, todo eran cambios. En Italia, «aparte de los cambios sociales, estaban la refundación del fascismo, el intento de purgar un pasado reciente... Era una época difícil, pero también un momento de euforia juvenil y creadora».

Su padre lo admiraba
Más difícil era para un hombre homosexual llegado desde la periferia, desde el Friule, en el norte de Italia, con una historia familiar marcada por el fascismo del padre y el asesinato del hermano partisano... a manos de otros partisanos. La figura paterna sería muy importante en su vida, «porque dijo que escribía contra aquel padre fascista, derrotado, amargado, que estuvo preso en Kenia y que se lo bebía todo». Sin embargo, dice quien ha ejercido prácticamente de biógrafo en Pasolini o la noche de las luciérnagas, el padre fue un apoyo incondicional en la carrera del hijo: «Lo admiraba, cómo no, pero no podía aceptar su forma de vivir».

La que tuvo verdadera importancia en la existencia de Pasolini fue su madre, Susanna Colussi, a quien la unía una relación casi de pareja sentimental, según sus propias palabras. Con ella compartió la huida del Friule a Roma en «una madrugada del año 1950» que fue la entrada de verdad al mundo cultural italiano de su época. «Pero era un hombre tan rico, tan paciente, tan trabajador, que en cualquier sitio hubiera sido él mismo», sentencia García López.

El que fue hasta aquella madrugada en Ostia, hace ya 40 años.

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