La sinfonía del lobo (Babelia, El País)

08 de enero de 2014
(FRANCISCO SOLANO) Aquella cláusula de Juan José Arreola: "Las mujeres toman siempre la forma del sueño que las contiene" acaso sea más pertinente aplicada a la novela. Ciertamente, no hay género más multiforme; pese al aire apocalíptico que respiramos, aún deberá pasar bastante tiempo antes de agotar todas sus posibilidades. Hay una renovación (no formal, "instrumental") que se promueve con la experiencia del autor que no se somete a la convención narrativa. En estos casos, el empeño es acumulativo. Y con las agregaciones, acrecentadas a impulsos, no sin capricho, la novela se despliega en un espacio que admite vivencias, recuerdos, ocurrencias, lo que la soberana voluntad del narrador contemple digno de figurar en sus páginas.
Esto sucede, de un modo considerablemente impaciente, en La sinfonía del lobo, del rumano Marius Daniel Popescu (Craiova, 1963), residente desde 1990 en Lausana (Suiza), que ha elegido el francés para la prosa, pero mantiene la lengua rumana en poesía. Su novela participa de la autobiografía, pero con interferencias imaginativas que la convierten en un caso ejemplar. Popescu parece en esta novela haber extraído todo el material de su propia vida, pero se ocupa de sí mismo en la medida en que en él concurre una intrincada familia cuyos miembros se diría que compiten por el fervor a la vida. Toda la novela es una suerte de exaltación amenazada, y de la viveza del protagonista para que no le alcance esa amenaza. Comienza con la muerte del padre, cuando él apenas tiene 14 años, lo que supone una conclusión, pero de ahí se deriva la trama que componen los múltiples personajes, primero en la opresiva Rumanía del "partido único", y después en la actualidad en Suiza, trabajando de pegador de carteles, casado y con hijas, en una ciudad de supermercado donde "por todas partes hay gente caminando en todos los sentidos", y él se ve como "un producto ambulante en busca de otros productos".

La mejoría social no es, pues, lo que aquí importa, ya que el rechazo político a la Rumanía natal ("Has vivido veintiocho años de tu vida en un mundo del que el partido único quería apropiarse") no supone la aceptación del régimen capitalista. Lo que Popescu cuenta admirablemente es la vitalidad enfrentada a cualquier exclusión, la toma de conciencia, reconocerse testigo de las desgracias del mundo. Y con esa conciencia, fiel a su clase, registra una multiplicidad de oficios, trabajadores de toda índole y condición, a un paso de la marginalidad, borrachos, gitanos, presuntos suicidas, mujeres de una ternura milenaria. Todo ello narrado por la voz en segunda persona del abuelo, que no lo adiestra en ninguna moral, pero registra sus movimientos, pasiones, miedos y esperanzas, una voz que lo alecciona sin determinarlo, primero personal y luego abstracta, tutelando la narración, un recurso extraordinario que engarza al nieto con el origen y proporciona un aire de leyenda, de lucha por la vida. Con sus irregularidades y excesos, La sinfonía del lobo devuelve a la novela esa fogosidad vital de quien, siempre insatisfecho, se opone a las palabras que sustituyen o se sustraen a la vida, "y es por eso por lo que no deberían existir".

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