Otoño en Berlín y Los niños de los bellos días (Aceprensa)

20 de febrero de 2012
(LUIS RAMONEDA) Si de la literatura universal se suprimiera el adulterio, la lista de novelas, relatos, tragedias quedaría bastante disminuida. El título original de la primera de estas dos novelas de Von Keyserling (1855-1918) resume su contenido: la rivalidad entre Beate, la apacible esposa de Günther von Tarniff, un aristócrata campesino, y Mareile, una cantante que no pertenece a la nobleza, pero representa la pasión, la sensualidad, la ambición, que enloquecen al protagonista durante unos meses.
Los coletazos de una aristogracia en decadencia, cuando se están produciendo grandes cambios sociales, están magníficamente reflejados. La vida en el palacio de Kaltin se altera cuando aparece Mareile, hija de una familia de la servidumbre, que representa el nacimiento de una nueva clase social, ambiciosa, harta de los privilegios de algunos, aunque en el fondo desearía parecerse a ellos y ser admitida en los círculos artistocráticos.

La otra novela reseñada, Los niños de los bellos días, la última del autor, es el envés de la trama de la primera: el barón Ulrich von Buchow es un noble emprendedor, activo, honrado, al que le cuesta comunicar sus sentimientos. A Irma, su esposa, la aburre y deprime el ambiente del campo en el que viven. Tienen dos hijos; la muerte del pequeño y las visitas de su cuñado Achaz, diplomático, alegre, fríbolo, alteran su vida, hasta que decide marcharse con él y solicitar el divorcio.

La época descrita por Von Keyserling nos puede parecer hoy muy lejana, pero las conductas de las personas siguen siendo más o menos las mismas. Quizá, frente a lo que sucede ahora, entonces había una mayor consciencia de lo que estaba bien y de lo que estaba mal, del pecado. Pero los estragos de la infidelidad, el sufrimiento de los inocentes (el de Beate, por un lado; y de Ulrich y de la hija, por otro), el desbordarse de las pasiones, la posibilidad del perdón siguen vigentes ahora como entonces.

Aunque ambas novelas traten de unos temas muchas veces narrados, aquí están muy bien contados, con precisos retratos psicológicos de los protagonistas, excelentes diálogos y buenas descripciones de los parajes en los que transcurre la acción, con especial acierto al pintar los cambios estacionales, con riqueza de matices referentes a la luz, los aromas, la vegetación... Además, el ritmo de ambas historias, la prosa elegante, la contención, que lleva al autor casi a insinuar más que a describir con detalle las infidelidades de los amantes, son otras pautas de calidad y de perfección artísticas.

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